CONTADOR PÚBLICO
📷A partir del 23 de setiembre de 1984 comienza su recorrido por la firma de lo que hoy es Deloitte, y desde el 2016 es socio Director de la misma.
“Lo esencial es levantarse sólo una vez más que la cantidad de veces que uno cae”
Estas letras pretenden ser un reconocimiento muy sentido y con sano orgullo, a la familia que conformaron mis padres Domingo Rey y Consuelo (Chelo) Villanueva, muy lejos de su (nuestra) Galicia natal, dejando su tierra y sus seres queridos para emprender un nuevo horizonte, una vida diferente a la que tenían.
Domingo Rey Pereira (nuestro Papá), pertenecía a una familia de labradores, sus padres Josefa y Alfredo tuvieron 9 hijos, de los cuales él y Diolinda eran los menores, quedaron huérfanos de padre, cuando Papá tenía 5 años y Diolinda 4, fue así que la abuela Josefa fue quien sacó esa familia adelante en base a trabajo y lucha, “… falta de tierra no había, sólo había que trabajarla…” y con el tiempo, Papá ya adolescente además de afrontar ese reto, trabajó también de “canteiro” ayudando en la construcción casas en la zona, trabajó en las minas de wolframio (tungsteno) de Varilongo, material que España vendía a Alemania para fabricar bombas en la 2ª Guerra Mundial. Pero su espíritu aventurero lo llevó a buscar suerte en las Américas. Partió del puerto de Vigo en el año 1954, con 23 años a Río de Janeiro. Su llegada a Brasil, no fue lo que esperaba, el clima, la comida, la gente, todo le resultaba muy diferente a lo que era su Galicia. La elección de Brasil estaba ligada a juntarse con vecinos y amigos que habían elegido ese destino. Pero Papá, sólo resistió en Río de Janeiro, 2 años en ese entorno, de calor, de comidas “raras”, que lo desilusionaron. Durante esos años en Río, trabajó en un hotel en la zona del centro, primero como conserje y al poco tiempo ya encargándose de otros temas. Fue entonces que decidió dejar Río y probar suerte en Montevideo donde había otro grupo de amigos y vecinos que habían elegido nuestra ciudad y que le contaban lo felices que estaban. El viaje Río-Montevideo, en camión, por tramos, no fue fácil, para colmo le robaron lo poco que traía.
Su llegada a Montevideo, fue otra cosa, lo recibieron y le dieron acogida sus amigos y vecinos de lugares cercanos a Serrans aldea dónde nació en el ayuntamiento de La Picota (Mazaricos) que pertenece a Santa Comba (A Coruña). Y ahí empezó su recorrido, por este país, trabajando en una barraca de pollos en la calle Cuñapirú (hoy Juan José de Amézaga) casi General Flores, frente a la Plaza de Deportes, aún existente hoy en día. Fueron los dueños de esa barraca – dos gallegos, ya con mucho tiempo en el país, Santamaría y San Esteban-, quienes le “dieron para adelante”, saliéndole de garantía, porque Papá que era emprendedor nato, quería tener su negocio, ser patrón, salir a la intemperie y arriesgar. No tuvieron una actitud egoísta de retener un empleado al que querían y apreciaban, pero que al que le venían la garra y las agallas de ir a más. Siempre agradeció y valoró esa actitud de sus patrones. Fue así que se instaló en Agraciada casi Tapes en un “boliche de copas”, llamado Colón. Aunque le fue bien, no se quiso quedar ahí, algunos años más tarde con los años fundó el Bar Ibérico en la esquina de Agraciada y Tapes, a fines de los 50.
Ya a esta altura, aparece el otro pilar de la familia Rey Villanueva, nuestra Mamá: Chelo. Mamá llegó directamente a Montevideo, en uno de esos largos viajes transatlánticos en 1958, con sólo 19 años, había dejado en su Correlo (Orazo) perteneciente a La Estrada (Pontevedra) a sus padres y a sus hermanos José Manuel de 17 años y Minucha de 15 años. La verdad es que mamá quería ir a Venezuela, pero mis abuelos no la dejaron, en Montevideo había unos tíos que podían ayudarla y cuidar de ella, pero no había nadie cercano en Caracas. Al poco tiempo José Manuel, cumplidos los 18 años la acompañó en la aventura. En Montevideo, los tíos fueron quienes le dieron acogida en los primeros tiempos y la guiaron. Fue una etapa linda donde matizaba la actividad laboral trabajando en La Plata Hilos ubicada en ese entonces en la calle Ramón Estomba del barrio Atahualpa, con el sano esparcimiento con sus primas, unos años mayores que ella: Virginia y Laura. José Manuel (Pepe) además de mi padrino, en el futuro resultaría más que un tío una especie de hermano mayor, que nos enseñó a andar en bicicleta, nos hizo hinchas de Nacional y resultamos ser los hijos que nunca tuvo.
Papá y Mamá se conocieron entre jotas y muñeiras en la Quinta de Casa de Galicia, el noviazgo no fue largo, al poco tiempo se casaron y decidieron emprender el futuro juntos, codo a codo y siempre tirando para adelante. Ya estando casados y a mediados de los ´60, Papá emprendió nuevamente y fue en este caso en el “Bar Congreso” en Bulevar España y Libertad, lugar del que no se movería hasta que se retiró en el 2003. A lo largo de su vida comercial, también le dio tiempo a su gremio empresarial, en las décadas del 70 y 80 integró varias directivas de la Asociación Nacional de Baristas (ANB), antes de su fusión con CAMBADU, compartiendo con muchos gallegos colegas, entre los que recuerdo a Manuel Ramos y a Gerardo García.
Al poco tiempo, creció la familia, nací yo, José Luis el 10 de octubre de 1963 y 5 años más tarde Adriana Patricia, mi hermana. Vivimos durante muchos años a una cuadra del Sanatorio de Casa de Galicia y obviamente de la Quinta, donde recuerdo las tardes primaverales de inauguración de los bailes con la Romería donde participaban las familias completas desde la mañana. A la noche los bailes con un ambiente familiar, sano, muy de otra época. Durante las noches de verano, la música entraba por la ventana de mi dormitorio y aún suenan en mis oídos las gaitas de Pichel y las de Míguez. Pensar que en la Quinta, a la que concurría con mis amigos del barrio desde muy pequeños llegaron auténticas estrellas de esa época como eran Julio Iglesias, Raphael, Camilo Sesto, Juan Bau, Mocedades, y tantos otros.
Como decía a partir de nuestros nacimientos, el recorrido para Chelo y Domingo tenía ya un condimento distinto. Nuestra infancia fue muy feliz, esperando el cartero que traía noticias de Serrans y de Correlo (porque el teléfono, cómo en tantas casas demoró en llegar), con Papá trabajando duro 14 y 16 horas por día y Mamá apuntalando el trabajo en casa, dos “leones”, que no se daban tregua y que nos enseñaron que la calidad es más importante que la cantidad, que no importa darle mucho tiempo a los hijos, sino se aprovecha ese tiempo en trasmitir, en inculcar lo que es necesario.
Y de esa infancia surgen recuerdos imborrables, como las tardes de sábado disfrutando los cuatro en las rocas del Buceo, o en la fortaleza del Cerro, los 1°de enero y los 1° de mayo disfrutando a la sombra de los pinos con familias amigas en los médanos de algún balneario de la Costa de Oro. Salpican en mi mente, algún viajecito a algún lugar del interior entonando, los cuatro “A Rianxeira”, que cantábamos los cuatro a coro, pero donde Papá y Adriana llevaban la batuta.
Recién en 1979, después de 21 y 25 años, respectivamente Papá y Mamá volvieron a su casa natal, “volvimos” porque fuimos los cinco, mis padres, mi hermana Adriana, tío Pepe y yo. Esa llegada, ese reencuentro de Mamá con sus padres, me marcó definitivamente para el resto de los días, para mi sentido de pertenencia y definitivamente encontrar mis raíces, para poder atar anécdotas, gente, lugares que había escuchado atentamente muchas veces, en los relatos de Papá y Mamá, como a quién le leen un libro, y de repente los personajes, se hacen realidad. Fue muy emotivo ese reencuentro, el primero de otros que se dieron con posterioridad, conocer al abuelo Manuel, y a la abuela América, a tía Minucha, a tío Tucho, mi primo José Manuel (en viajes posteriores conoceríamos a Mercedes, nuestra prima menor) , la pequeñita y hermosa iglesia de Correlo con una historia enorme del paso de los romanos por Galicia, la fiesta de San Pedro y Santa Mariña en Castrovite, y por el lado de Papá conocer a tía Diolinda y a mi primo Pepe, mi tío (Antonio y mi primo Antonio Jr. había emigrado a Alemania en ese momento), “ir coas vacas”, ayudar a “sachar o millo”, son recuerdos imborrables de ese verano del ´79. Desde ese momento cada regreso a la aldea, es como volver a casa, la gente que me conoció con 15 años, no distingue en si nací allí o no, soy de “ahí”, soy José Luis el “filho de Chelo, de los Requeijo” y eso es algo mágico.
Nuestros padres, siempre nos inculcaron, el formarnos, estudiar, invertir en conocimiento, para que no fuéramos esclavos del mostrador. Desde estudiar inglés desde muy pequeños, a hacer un esfuerzo para que pudiéramos hacer una carrera universitaria, estaba dentro de las prioridades. Tanto Adriana como yo le respondimos a ese deseo y nos recibimos de Contador Público en la Universidad de la República. Eso es como haber logrado, lo que ellos no tuvieron oportunidad por como vienen jugadas “las cartas” de la vida. En el proceso de crecimiento, el ir desde muy chico a compartir los veranos con papá en el “Congreso”, en los primeros años jugando con bolitas o autitos, para luego ya sentir el orgullo de darle una mano a Papá que no se “guardaba” nada en pos de que nosotros tuviéramos lo necesario para “pelear” en lo académico y en nuestra formación. Es así que los veranos después de terminar el año lectivo en el liceo, los vivía ayudando de un lado y del otro del mostrador a Papá en jornadas largas que no sabían de descanso sábados ni domingos, para mí era la satisfacción de pelear al lado de él que tanto hacía por nosotros. El “Congreso” me dio las vivencias y las materias que no me dio la Universidad, el interactuar con profesionales, decanos, ex presidentes, parlamentarios etc. y también gente complicada, prepotente y lidiar con más de un “cuento del tío”. Pero de todo se aprende, de lo bueno y de lo malo y todo aporta para crecer.
A los 20 años también sentí la necesidad que me trasmitía la sabiduría de mis viejos, que era importante ligar la teoría con la práctica, que la brecha entre las dos cosas muchas veces es grande y que es necesario reducirla cuanto antes, para no golpearse ya graduado y con el título. Fue en ese entonces que decidí postularme para entrar a Tea Consultores y Auditores, firma de contadores públicos donde era socio Walter Rossi, el catedrático de Contabilidad II, a quien todos los estudiantes admirábamos por su sabiduría, ingenio y empatía con nosotros. Fue así que el 23 de setiembre de 1984 comencé el recorrido en lo que es hoy Deloitte. Aquí encontré un grupo humano excepcional, donde la mayoría de los socios eran docentes de la Facultad, y donde se nos compartía el conocimiento, se estimulaba el crecimiento, trabajando sin egoísmos y en equipo. Ahí solidifiqué lo importante que es respetar para ser respetado, que las personas pueden pertenecer a distintas clases sociales, pero que eso no las hacen mejores o peores y que cada uno si se lo propone puede y que los límites, entre lo posible y lo imposible, muchas veces se los pone uno mismo. Siempre fue un lugar especial, optimista, desafiante, con buena onda, donde nunca escuché un chiste de gallegos, ni de judíos, ni de negros, respeto puro.
En nuestro crecimiento nos enseñaron que es muy importante ser honestos, sinceros, pelear por lo que se quiere, y que mantener limpio el apellido y la frente alta es más importante que cualquier bien material. A lo largo de mi vida y sobre todo en los últimos años, me he encontrado con gente que fue parte de la vida de Papá: colegas, clientes, empleados, y siempre encuentro una voz de aprecio, respeto y en muchos casos admiración de lo que eran sus convicciones, su personalidad férrea, su nobleza y su rectitud. Mi Mamá nos dejó su carisma, su fortaleza, su sonrisa perenne y su optimismo aún en los peores momentos. Nos enseñó a enfocarnos y saber distinguir entre lo importante y lo superfluo, lo permanente y lo pasajero, saber cuándo tener los pies en la tierra y cuando dejar volar la imaginación.
Desde 1998 estoy casado con Laura, salteña (pero de raíces vascas, aunque parezca que no, tenemos muchas cosas parecidas) quien me acompaña y me hace el aguante en buenos y malos momentos, con quien tenemos dos hijos, un casal, como si se repitiera la historia, Matías de 18 años y María Victoria, (Vicky para nosotros) de 15. Matías está cursando primer año, como estudiante de Economía y Victoria, aun definiendo que rama de estudio va a seguir. Los cuatro somos amantes de las mejores tradiciones de la comida gallega y disfrutamos de la empanada gallega, del pulpo a feira, las sardiñas asadas, las orexas de porco, del lacon con grelos y por supuesto de cualquier marisco, cada vez que podemos. Todos los domingos nos reunimos en familia con mi hermana Adriana y su familia, su esposo Tony, y mis sobrinas Lucía que además es mi ahijada, Belén y la más chica Sofía (Chofa si la queremos hacer berrear), e indefectiblemente surgen las anécdotas ya sea de la abuela Chelo o del abuelo Domingo, muchas de las cuales ya se han transformado en mitos o leyendas.
En lo profesional, desde el 2016 mis socios me eligieron como socio director de Deloitte, lo que representa un halago y una gran responsabilidad que se aliviana por el conocimiento mutuo que nos tenemos, por la pasión que le ponemos a lo que hacemos y porque trabajando en equipo todos los retos parecen más fáciles.
Hoy mis padres están espiritualmente con nosotros, y Matías, Vicky y sus primas conocen anécdotas de su vida, sus vivencias, sus prédicas y lo que construyeron, aunque físicamente no hayan conocido a la abuela Chelo y muy poco al abuelo Domingo. Y saben que el esencial en la vida está en levantarse sólo una vez más que la cantidad de veces que uno cae.
Nuestros padres vinieron al Uruguay y nunca dejaron de ser gallegos, pero también es importante reconocer que se insertaron en nuestra sociedad y se sintieron uruguayos por adopción, por lo que esta tierra les permitió construir y edificar a partir de sus sueños y de su esfuerzo. Nuestras familias originales de Galicia, tanto paterna como materna, han sido emigrantes por vocación, algunos fueron a Francia, otros a Alemania, Suiza, Argentina, Cuba, Venezuela, pero siento que son pocas los lugares donde se sintieron integrados, formando parte de la sociedad como lo han sido en Uruguay. Hoy esa historia de emigración continúa, pero en sentido inverso, nuestros primos segundos Roberto y su preciosa familia volvieron a Galicia desde Uruguay se han instalado ya hace algunos años en Pontevedra y también Camila que encontró su lugar en O Grove donde vive feliz con su esposo Juan y sus “nenos” Luisito y Mateo.
Finalmente, quiero agradecer a AEGU, y en especial a nuestra presidente Cra. Elvira Domínguez, que me estimuló a escribir nuestra historia, que no es más que un homenaje a mis padres, que como tantos gallegos que somos y que conocemos, llegaron a estas costas, a traer su trabajo, su don de gente, su respeto por el prójimo, para ayudar a construir un país próspero, que nos “pusieron la barra alta” para tratar de ser cada vez mejores y estar a tono con la historia.
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O Resumo Edición Nº 337 - 7 de Septiembre de 2018
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